Luis Fernández-Galiano enumera las tres principales revoluciones que han tenido lugar en el ámbito de los libros:
“La primera revolución de la escritura, hace casi dos milenios, sustituyó el rollo por el códice (…); la segunda revolución, hace algo más de medio milenio, reemplazó el manuscrito por la imprenta (…); la tercerca, de la que nos ha tocado ser testigos, ha efectuado el tránsito del impreso físico a la información digital (…)”
Acto seguido, no obstante, advierte que esta última revolución es de una naturaleza bien diferente a las dos anteriores, y que ha ampliado sus horizontes, cuando afirma “enseguida se advierte que la última metamorfosis tiene una naturaleza distinta a las anteriores, porque al pasar del universo material de los rollos, los códices o los libros al mundo virtual de las redes las necesidades espaciales de las bibliotecas convencionales se desvanecen”. En efecto, estamos viviendo un momento apasionante e histórico, ya que no sólo estamos transitando hacia la información digital, sinó que también todo esto comporta repensar y redefinir el edificio icónico y más representativo de la información, la biblioteca. Si hasta ahora los cambios en los libros y en los documentos impresos no habían afectado a el edificio, actualmente nos encontramos inmersos en una doble revolución, que incluye el edificio, y esto hace que sea especialmente transcendental. Los fundamentos de lo que creíamos inmutable y perdurable comienzan a tambalearse, y sólo depende de nosotros, los bibliotecarios, que lideremos conjuntamente con los arquitectos este cambio de paradigma.
Fernández-Galiano dibuja enseguida una hipótesis negativa sobre los edificios bibliotecarios, “haciendo innecesarios los edificios específicos y convirtiendo las actuales bibliotecas en arquitecturas prescindibles, fósiles construidos de una era de la información periclitada de forma definitiva. ¿Es ese su destino?”, se pregunta. Pero inmediatamente apunta a un escenario de futuro absolutamente positivo, en que las grandes instituciones y las bibliotecas de pequeña escala sobreviven, dando las respuestas específicas a las demandas de su público, y adaptando sus espacios a los nuevos usos que la sociedad y la ciudadanía piden a las bibliotecas. Y concluye “Al cabo, los seres humanos gustamos del encuentro, y ni el teletrabajo puede sustituir la vitalidad interactiva de la oficina, ni la lectura en pantallas dispersas puede reemplazar el contacto informal en los centros de investigación, los lugares de enseñanza o las bibliotecas (…) la biblioteca a distancia tampoco hará obsoleta nuestra biblioteca material”. Y es que avanzamos hacia un estado de cohabitación, de presencia e importancia compartidas por igual: una biblioteca digital de acceso fácil, ubicua, abierta permanentemente; y una biblioteca física que se convertirá en el edificio social por excelencia, un lugar de encuentro ciudadano. Los bibliotecarios sin duda ya estamos haciendo esfuerzos para avanzar en este sentido, impulsando la digitalización y el acceso democrático y abierto a la información digital, y también repensando nuestros edificios, transformándolos para dar cabida a unos usos que ya són presente.
FUENTES:
- De la imagen [Consulta: 13 de mayo de 2011]
- Luis Fernández-Galiano. “La biblioteca digital”. En: Arquitectura Viva, n. 135 (2010), p. 3
[...] en los edificios de las bibliotecas, fruto de una evolución arquitectónica sin precedentes, una auténtica revolución digital, que ha despojado a las bibliotecas de su rol tradicional basado en la conservación y la gestión [...]
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