15 de setembre 2014

La luz natural en las bibliotecas

La luz natural es un elemento vital e imprescindible en toda biblioteca. Es, prácticamente, una necesidad y un aspecto clave en la planificación y el diseño de equipamientos bibliotecarios. Se trata, seguro, de la principal preocupación de los arquitectos y bibliotecarios. Hay que conseguir hacer llegar la suficiente luz al interior de la biblioteca, pero de una forma matizada; hay que iluminar, sin deslumbrar.

[caption id="attachment_14699" align="alignleft" width="300"]biblio-sallent Biblioteca de Sallent (Bages, Cataluña)[/caption]

No obstante, esta necesidad de incorporar la luz en la concepción misma de las bibliotecas no siempre ha existido. Si hacemos un pequeño repaso a las bibliotecas de inicio del siglo XX, veremos que todas seguían un mismo patrón: edificios con fachadas ciegas, aislados y con forma de templo, en los que había muy pocas ventanas. Y si las había, estaban situadas en altura, y eran de dimensiones reducidas. Se concebían las bibliotecas como atmósferas cerradas e aisladas de su entorno, y que servían como elemento de protección del saber: de ahí su concepción física que lo potenciaba. Sirva como ejemplo la Biblioteca Popular de Sallent, en la comarca del Bages, en Cataluña, inaugurada en 1918.

La (re)evolución de las técnicas constructivas, y también en paralelo la modernización de la sociedad, que incorporó la educación universal y facilitó el acceso global a la información y al saber a grandes capas sociales que antes lo tenía vetado, provocó una transformación también de la concepción misma de las bibliotecas. Podemos situar este momento a partir del 1945, con la extensión del conocimiento científico.

[caption id="attachment_14702" align="alignleft" width="300"]Biblioteca Font de la Mina, en Sant Adrià de Besós Biblioteca Font de la Mina, en Sant Adrià de Besós[/caption]

En arquitectura bibliotecaria todo esto provocó que se iniciará toda una revolución en las fachadas de las bibliotecas, y que se empezará a hablará de ellas como la piel del edificio. Un concepto, el de la piel, que incorpora una idea básica: se trata de un elemento vivo, moldeable, que se adapta y se transforma según las necesidades de la biblioteca. La piel, la fachada, como una parte esencial y activa de la biblioteca: por ella se entra y se sale, por ella el edificio respira y se oxigena. Se ha pasado en menos de un siglo, de fachadas ciegas e imponentes a fachadas ligeras, livianas, a prácticamente su desaparición visual. Se ha creado un continuo visual entre el interior y el exterior, dejando desprovistas a las bibliotecas de límites claros y definidos. En esta evolución tiene mucho que ver el uso, casi masivo (y posiblemente indiscriminado por las latitudes en las que nos encontramos), del cristal como materia constructiva de primer orden. Sirva como ejemplo la Biblioteca Font de la Mina, del 2009. Se trata de una gran caja de "caja traslúcida que permite la entrada de gran cantidad de luz al interior a través de los lucernarios de la cubierta y de las lamas a lo largo de todas las fachadas" (Bonet, Sabater; 2010). En efecto, muchas bibliotecas contemporáneas siguen este mismo patrón, y matizan la entrada de luz transversal directa (e incluso del calor y de la intensa solación que nos afecta durante buena parte del año) con elementos protectores en las fachadas. La piel se transforma en algo complejo, y se le añaden elementos externos colocados de forma muy cuidada y estudiada, para permitir así la correcta penetración de la luz al interior. Estos elementos son diversos: lamas, celosías, cortinas, materiales translúcidos, etc...

Pero la piel no es solamente la fachada: la cubierta también ha experimentado grandes transformaciones. Ha pasado de ser, también, un elemento prácticamente sin uso alguno, a ser una fuente indispensable de penetración de la luz. Y además, de una luz muy apreciada por los arquitectos: la luz cenital. Una luz muy diferente a la transversal, más difuminada, y que proporciona mayores sensaciones de confort y de calidez ambiental. Además, la luz cenital permite llegar hasta el corazón mismo de las bibliotecas, hasta zonas en las que la luz que entra por las fachadas no puede llegar. Y para que esto suceda, se ha generalizado el uso de lucernarios, para canalizar toda la luz hacia el interior, y hacer que caiga dispersa encima de las diferentes salas.

Gestionar la entrada de luz en las bibliotecas es un factor clave de éxito del edificio, que será más o menos funcional en función de la forma y de la cantidad de luz que entre a su interior. Según los patrones y la concepción social actual, una biblioteca oscura será, también, una barrera de acceso... pero una biblioteca con excesiva luminosidad supondrá también un obstáculo a sus usuarios, que no podrán desarrollar cualquier actividad (leer, visualizar pantallas, etc...) sin molestos deslumbramientos. Conviene encontrar el punto medio, aquella zona de confort ambiental en la que uno se siente protegido y resguardado en un edificio... pero al mismo tiempo siente el abrazo cálido de la inmensa luz del Mediterráneo.

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