Una biblioteca que modifica temporalmente un Starbucks en Japón; una biblioteca móvil temporal en Cesis, una pequeña población de Letonia, en el marco de una Universidad de Verano; una cabina biblioteca de uso individual que es fruto de la estrecha colaboración colaboración entre una artista y un arquitecto en Portugal... Tres propuestas de bibliotecas, que rompen moldes, y se adentran y nos enseñan posibles caminos nuevos de la práctica profesional. Tres intervenciones bibliotecarias, casi performances, temporales y efímeras, y que exploran diferentes conceptos que, si no lo son ya, dentro de poco se convertirán críticos y centrales en el pensar arquitectónico bibliotecario.
El ejemplo de la cafetería nipona nos muestra una modificación del diseño interior, en clave bibliotecaria, de un espacio en principio totalmente ajeno. Y es más, es una propuesta sencilla y potente, contundente y a la vez minimalista, que abre camino a las posibilidades de inserción de espacios y paisajes bibliotecarios en otros ámbitos, con una filosofía de uso de los libros práctica y tal vez, incluso pragmática. Y aparte del diseño, hay otro aspecto a destacar. El uso mismo de los libros como objetos que pueden tener un segundo uso configura nuevos horizontes para los denominados centros de interés, que podrían superar su organización en grandes temas... y convertirse en motores de experiencias, en vehiculadores de nuevas sensaciones, que transformen la experiencia lectora y de aprendizaje, y que el lector (el ciudadano) incluso se pueda llevar algo de físico. Como en el Starbucks de Tokio, donde una parte de los libros sirve para decorar el café que te verás a continuación, después de haber aprendido y de haberte informado sobre ese mismo café.
El segundo caso, en Letonia, es una propuesta de unos estudiantes de arquitectura. Esta biblioteca temporal representa un excelente ejemplo de relación entre biblioteca y ciudad, estableciendo un diálogo y una nueva forma de conversación. Se superan las típicas bibliotecas móviles en forma de carritos (tan presentes en nuestras playas o piscinas durante el verano, y por desgracia, siempre tan iguales y horrosas). Y se crea un icono, un objeto urbano en toda regla, la biblioteca mobiliario. Una nueva biblioteca temporal que dialoga no sólo con el espacio urbano y ciudadano, sino que mucho más importante, directamente con los ciudadanos y las personas. Y además, ofrece un espacio diferenciado, una experiencia bibliotecaria trasladada directamente al asfalto. Y esta es precisamente la gran diferencia con el anterior modelo de los carritos: la creación de espacios.
Finalmente, el ejemplo portugués nos habla de la escala, de una escala más reducida, humana, confortable y alcanzable entre el espacio bibliotecario, la persona y la experiencia lectora. Una escala más personal, más individual, que permita una relación más profunda y humana entre estas tres aristas del triángulo: un espacio íntimo, individual y sin condicionantes externos, minimalista y concentrado; la persona, que tiene a su alcance un fondo reducido, seleccionado y único, y que permite la focalización, la concentración y la no dispersión; y una experiencia lectora y de conocimiento más fluida, más directa y menos mediatizada, donde lector, libros y espacio confluyen. Una propuesta, por otra parte, que se podría aplicar también con los centros de interés, creando también espacios de interés, y completando así una experiencia redonda, cerrada y llena.
Desgraciadamente, en los tres casos, la presencia y el saber hacer de los bibliotecarios en la planificación y diseño de los espacios que habitarán y que le son propios es, sencillamente nula, desoladora, desértica. Algo que sin duda hay que corregir .